Las prisiones estadounidenses suelen ser relativamente tranquilas, pero la década de 1970 a 1980 ha sido conocida como la “década explosiva” de los motines carcelarios. Diversos investigadores han propuesto múltiples causas para estos disturbios. Entre ellas se encuentran:
- Una administración penitenciaria insensible que ignora las demandas de los reclusos.
- Exigencias de equidad en las audiencias disciplinarias, mejor alimentación, más oportunidades recreativas y otros reclamos pueden terminar en motines si son ignorados.
- Los estilos de vida a los que muchos presos están acostumbrados fuera de prisión.
- No sorprende que los reclusos recurran a la violencia organizada cuando muchos provienen de entornos violentos. (Fuente: Bureau of Justice Statistics, 2016)
- Condiciones carcelarias deshumanizantes.
- Instalaciones hacinadas, falta de expresión individual y otras características de instituciones totalitarias provocan situaciones explosivas como los motines. (Fuente: Urban Institute, 2013)
- El deseo de regular la sociedad carcelaria y redistribuir el poder entre los grupos de internos.
- Los motines brindan una oportunidad para eliminar informantes y resolver disputas entre grupos étnicos o de poder.
- “Vacíos de poder” generados por cambios en la administración, el traslado de reclusos influyentes o mandatos judiciales que alteran el control social informal.
Más allá de estos factores, expertos también destacan problemas sistémicos más amplios. La población penitenciaria de EE. UU. creció drásticamente después de 1980: de aproximadamente 500,000 internos en 1980 a más de 2 millones en 2020. Este aumento agravó el hacinamiento y debilitó los recursos del sistema penitenciario. Según The Sentencing Project, este crecimiento fue impulsado por leyes más severas, la guerra contra las drogas y políticas restrictivas de libertad condicional.
Otro aspecto crítico es la falta de atención en salud mental dentro de las prisiones. La National Alliance on Mental Illness (NAMI) indica que el 37% de las personas encarceladas tienen algún diagnóstico de trastorno mental. El aislamiento, la escasa atención médica y el uso del confinamiento solitario agravan el estrés y aumentan el riesgo de violencia. (Fuente: NAMI)
La tecnología y la vigilancia han reducido en parte la frecuencia y gravedad de los motines, pero no los han eliminado. Han surgido nuevas formas de protesta, como huelgas de hambre, litigios colectivos o denuncias digitales, que reflejan las mismas causas de fondo: abandono institucional y condiciones precarias.
Motines emblemáticos como los de Attica (1971), Penitenciaría de Nuevo México (1980) y Lee Correctional Institution en Carolina del Sur (2018) evidencian la persistente incapacidad de atender estos problemas. El motín en Lee, con 7 muertes, fue el más letal en EE. UU. en 25 años. Autoridades lo atribuyeron a conflictos entre pandillas y escasez de personal. (Fuente: New York Times, 2018)
El Buró Federal de Prisiones (BOP) y los estados invierten en tecnología para control de disturbios: drones con gas pimienta, sistemas automáticos de encierro, videovigilancia, entre otros. Sin embargo, organizaciones como el Vera Institute of Justice sostienen que estas inversiones abordan síntomas y no causas. Abogan por programas de educación, rehabilitación y capacitación del personal para reducir tensiones y prevenir la violencia colectiva.
La conversación sobre la reforma penitenciaria está lejos de terminar. Aunque existen avances como la ley First Step Act de 2018, que busca reducir la reincidencia, el sistema penitenciario sigue enfrentando problemas estructurales profundos. Reformas en las sentencias, servicios de salud mental y proporciones de personal son esenciales para reducir la violencia y garantizar los derechos humanos.
En México, la situación no es muy distinta. De acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), 65% de los centros penitenciarios presentan condiciones de sobrepoblación, y en muchos casos, el autogobierno y la extorsión entre internos son parte de la vida cotidiana. La falta de programas reales de reinserción social y el limitado acceso a educación o trabajo productivo dentro de prisión son detonantes de violencia colectiva. (Fuente: CNDH)
La experiencia internacional sugiere que el enfoque debe moverse de la represión a la prevención. Iniciativas en países como Noruega, donde se prioriza la rehabilitación y la dignidad de los internos, muestran tasas mucho más bajas de reincidencia y violencia carcelaria. (Fuente: Penal Reform International)
Lecturas recomendadas
- Blood in the Water: The Attica Prison Uprising of 1971 and Its Legacy
- The World’s Worst Prisons: Inside Stories from the most Dangerous Jails on Earth
- The Devil’s Butcher Shop: The New Mexico Prison Uprising
Fuentes
- Bureau of Justice Statistics
- Urban Institute
- The Sentencing Project
- National Alliance on Mental Illness (NAMI)
- New York Times
- Vera Institute of Justice
- Comisión Nacional de los Derechos Humanos
- Penal Reform International
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